Una plataforma del Servicio Jesuita a Migrantes
Michelle Viquez
Directora Área Social Servicio Jesuita a Migrantes
Opinión
/ 2 de agosto 2019
Hace ya más de un mes el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) alertó sobre la compleja situación de crisis humanitaria en la frontera norte de Chile. El panorama era desolador, cientos de personas varadas en la frontera. Familias enteras, adultos mayores, mujeres embarazadas, niñas y niños durmiendo por días en la calle, pasando hambre, frío y sin ninguna certeza de cómo podría terminar su travesía ya de varios días. Es a raíz de un contexto de crisis que muchos padres están decidiendo migrar, para proteger la vida de sus hijos e hijas, para sobrevivir.
Si la mejor alternativa es huir de sus hogares, con todo lo que eso conlleva, es porque la situación en el país de origen se hace insostenible. El desplazamiento es cada vez menos planificado, más urgente y en condiciones de mayor precariedad. Estas condiciones, así como las dificultades de ingreso y regularización, complejizan su situación. Según la Municipalidad de Santiago, en los últimos tres meses han llegado más de 500 niños y niñas migrantes a la comuna que no han podido ingresar a una escuela. La mayoría está entre los 9 y 12 años de edad. En sus relatos muchos confiesan no haberse podido despedir de familiares o amigos(as), así como haber vivido experiencias estresantes o angustiantes en su ruta al país.
Aunque no existe un estudio que permita saber cuáles son las implicaciones de la crisis en la salud mental de los niños(as) hoy en día, es posible que estos niños(as) puedan estar viviendo procesos de duelo no elaborados, procesos fuertes de adaptación, estrés, así como cambios emocionales y/o conductuales importantes. Esto sin mencionar las vivencias de peligro, violencia o sobrevivencia que hayan podido enfrentar en su ruta de migración, las cuales podrían ser traumáticas. Los niños y niñas no deciden migrar. Los procesos de inclusión de estos niños(as), su protección y bienestar dependerán en gran parte de las condiciones que las políticas públicas y la sociedad receptora puedan facilitar para ellos y sus familias.
La situación de vulnerabilidad en la que muchos están dejando su hogar hace que las medidas regionales y nacionales sean urgentes para garantizar su protección y el pleno ejercicio de sus derechos. La sociedad civil puede jugar un rol clave, por medio del apoyo para ayuda humanitaria, el involucramiento en instancias de voluntariado o al menos una actitud empática hacia los nuevos vecinos o compañeros. Podemos ser más que sólo testigos del drama humano que vemos en los medios o redes sociales; podemos proteger la dignidad, los derechos y el desarrollo integral de los niños y las niñas, y para resguardar, realmente, una infancia sin condiciones.
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