Una plataforma del Servicio Jesuita a Migrantes
Fernando Chomali G.
Arzobispo de Concepción.
Opinión
/ 14 de Abril 2021
Señor Director:
Un ingente grupo de migrantes se apostó en una oficina del centro de Santiago, con el fin de intentar ‘regularizar su situación’ ante la nueva ley en materia migratoria que se acaba de promulgar. Los llevó la desesperación, la angustia, la falta de información y el miedo. El escenario era dantesco: una aglomeración en plena pandemia, que implica más contagios, más colapso en los hospitales y más muertes. Aquello era previsible y evitable.
Lo más doloroso de toda esta lamentable situación es que el proceso migratorio en Chile ha revelado de cuerpo entero una cadena de situaciones anómalas y la hipocresía que la sostiene. Espero que esta nueva ley repare en algo el dolor que ha acarreado, especialmente en estos últimos años, para miles de migrantes. Los dejan entrar -recordemos los aviones provenientes de Haití que llegaban en la madrugada y el flujo de personas entrando por largos meses por el norte-, y cuando están aquí no se les ofrecen plenas garantías civiles ni laborales. Se les amenaza con expulsión, y así, en una aparente calma, cuidan a los enfermos o ancianos que nadie quiere cuidar, hacen labores de limpieza hasta altas horas de la madrugada, cosechan lo que irá a las suculentas mesas de los epulones del siglo XXI, transportan alimentos bajo la lluvia o el calor infernal, en condiciones laborales deplorables, mal pagados, sin previsión de ninguna especie. Y como si fuera poco, viven hacinados en lugares infrahumanos y caros.
Es probable que muchos de los que trabajaron en esta esperada y tardía ley tengan a migrantes trabajando en sus casas o en casas o empresas de personas que conocen. Saben que su situación de ‘irregularidad’ los deja en la más absoluta indefensión, frente a evidentes abusos que se dan día a día respecto de ellos. Hay que tratar a los migrantes como quisiéramos que nos trataran a nosotros, si tuviésemos que emprender la dolorosa experiencia de salir del propio país. Es bueno recordar que la dignidad del ser humano es inherente a este, independientemente de dónde viene, dónde se encuentre y hacia dónde va.
Autor: Fernando Chomali G. Arzobispo de Concepción.
Fuente: El Mercurio
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