Nair Rodriguez, Estado Bolívar, 33 años. Llegó este miércoles a Antofagasta con lo puesto y seis hijos de entre17 y 6 años. Está viviendo en nuestro Centro de alojamiento transitorio. Es de las personas afortunadas que pudo pasar la frontera física y humana que hoy separa Tacna de Arica. Atravesó todos los pasos fronterizos caminando junto Yolida Malabé y sus hijas de 15 y 12 años, con el llanto de los más pequeños, agotados, como sonido ambiente. Las estafaron nada más salir de Venezuela, en Cúcuta, donde pagaron porque  los trajeran hasta Chile en las cuatro plazas que les fueron asignadas. Cuatro asientos para diez personas.

​Cuenta que, en Chacalluta, fue testigo de cómo a cientos de madres, con hijos muy pequeños, algunos bebés, eran rechazadas por carecer del permiso notarial paterno. Mujeres que quedaban atrapadas una vez que el gobierno de Perú decidió, el pasado 15 de junio, exigir una visa consular a las personas venezolanas. Por si usted no lo ha pensado: no hay consulados en las fronteras.

​Desde el Servicio Jesuita a Migrantes hemos proporcionado alimentos y apoyo a este grupo de 200 personas venezolanas que durante días han sido una y otra vez abandonadas y a las que ahora, se les ha permitido entrar. ¿Por qué un día sí y otro no? ¿Con qué criterios? ¿Por qué siempre tanta arbitrariedad? ¿Cómo es posible más empatía? Hay una crisis humanitaria en Venezuela y nos tenemos que hacer cargo ya. Recuerden que toda persona tiene derecho a solicitar asilo y a que el Estado estudie su caso, para determinar, a posteriori, si se le reconoce la condición de refugiada.

Columna publicada en El Mercurio de Antofagasta