Una plataforma del Servicio Jesuita a Migrantes
Karina O´Ryan
Responsable Educación e Interculturalidad SJM Arica
Opinión
/ 16 de septiembre 2019
En los últimos años la migración se ha transformado en el tema del que todos hablamos. El aumento de los flujos migratorios latinoamericanos ha hecho reaccionar a toda nuestra región. Las realidades internas de los países, los problemas de los gobiernos, las crisis económicas y medioambientales han despertado la necesidad en millones de personas de mirar más allá de los límites de su propia nación, en búsqueda de mejores opciones para sí mismos y sus familias. Durante años, millones de chilenos los que han salido a buscar mejores horizontes al resto de América, Europa y Oceanía. A su vez, 1,3 millones de personas han visto en Chile el lugar para realizar un cambio de vida.
En determinados momentos de la historia, ciertos países han tenido problemáticas que motivan -algunas veces empujan- a sus nacionales a migrar, haciendo que toda la región ponga el foco de la atención en ese país y en particular, en las personas que de él provienen. Es así que durante años en Chile se puso especial atención a la situación de las personas provenientes de Perú y Colombia, quienes fueron recibidos con aceptación, pero también bastante discriminación, siendo sindicados como los causantes de las problemáticas que afectan a nuestro país, por ejemplo, el desempleo o la delincuencia. Luego hubo una “haitianización” de la migración, donde casi no se ponía atención a la migración proveniente de Perú o Colombia. Hoy se ha “venezualizado”, es decir, toda referencia a las personas migrantes es sobre y desde quienes provienen de Venezuela.
Los hechos de los últimos meses han puesto el foco de la atención en las personas venezolanas, particularmente aquellas que han sufrido los estragos de las malas políticas de recepción de migrantes y sus familias. Durante el mes de junio, unas 1.500 personas se vieron afectadas por la vulneración del derecho a migrar, contenido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que tantos países se niegan a reconocer, o lo hacen, pero con condiciones. Tanto Perú como Chile impusieron visas consulares a las personas venezolanas, gestión imposible de realizar para quienes ya estaban situados en la frontera misma, algunos sin dinero más que el necesario para llegar a Arica y ser recibidos por sus familiares, o con dinero que fue gastado en mantenerse y alimentarse todos los días extra que tardó la espera. Para quienes viajan con niños, la gestión de la documentación solicitada por Chile y Perú es imposible, ya que Venezuela no otorga documentos a los menores de edad. Esta situación, a pesar de ser conocida por las autoridades centrales no fue considerada en las nuevas exigencias. En el atochamiento de personas, hasta quienes necesitaban solicitar refugio, fueron “rebotados” y se les hizo esperar.
Más de dos meses han esperado algunas personas por una respuesta positiva de parte del Estado chileno, pernoctando en las afueras del consulado chileno en la ciudad de Tacna, Perú y en albergues en la ciudad. Algunos denuncian que, a pesar de tener toda la documentación necesaria, el acceso a solicitar visa es negado. Esta situación ha coartado su proceso migratorio, les ha impactado duramente en lo económico, pero sobretodo, les ha afectado emocionalmente, ya que estas familias, antes de cualquier análisis, son personas que han visto truncados sus deseos de concretar en Chile el sueño de tener una mejor vida, viviendo semanas de incertidumbre, indignidad y tensión.
Gracias a las gestiones de diversos agentes, quienes han asesorado y buscado interceder, muchas de estas familias han conseguido hacer ingreso a nuestro país. No es extraño, por tanto, que las y los ariqueños los identifiquen con mayor facilidad y estén más pendientes y alertas de estos nuevos vecinos, ya que para ellos, tras la alegría y tranquilidad de poder ingresar a Chile, surgen nuevos desafíos, como el encontrar un lugar para alojar o conseguir el dinero para continuar el viaje. En una primera etapa, se notó un tránsito importante de personas en el sector del terminal terrestre y sus alrededores, donde sus principales actividades fueron la venta de dulces o el servicio de limpieza de vehículos.
En la actualidad, el tránsito de personas no ha cesado. Las trabas impuestas por la autoridad para el ingreso a Chile no han mermado la necesidad de las personas ni les han desanimado en su objetivo de vivir en nuestro país, solo han retrasado su ingreso, lo que produce se vean menos grupos familiares en el sector del terminal. La mayoría, llega en horas de la noche para continuar inmediatamente su viaje hacia otras ciudades del centro o sur. Quienes deciden quedarse, cuentan con espacios de acogida promovidos por organizaciones de la sociedad civil, donde pueden pasar el día y la noche mientras organizan su estadía, consiguen arriendo y se informan sobre el acceso a redes y derechos básicos como la salud y la educación para sus hijos.
La novedad de tener a estas nuevas familias en nuestra ciudad ha generado incomodidad y dudas en algunos vecinos, quienes pueden preguntarse por qué dejamos ingresar a nuestro país a “estos migrantes” que no tienen dinero para costear sus viajes. Algunos incluso han asociado su presencia a la actividad delictiva. Pues bien, en los planes de estas personas nunca ha estado incomodar ni exigir preferencia, ellos buscan lo que buscamos todos: una vida en plenitud, en un lugar seguro, donde puedan desarrollar sus profesiones, oficios y talentos, donde poder alimentar a sus hijos y proponerles un futuro mejor. Si esto nos incomoda, más que apuntar a la frontera, deberíamos apuntar hacia nosotros mismos, a nuestros corazones y reflexionar sobre cómo nos hemos dejado permear por el individualismo presente en el modelo de sociedad que construimos y abrirnos a encontrarnos con estas personas, a cruzar la vereda de los estereotipos y prejuicios y dialogar honestamente, para avanzar desde una percepción sobre los migrantes a una experiencia con las personas.
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